Edwin Carpio San Miguel | Activo$ Bolivia
No existe mejor decisión que establecer un “tope de pérdida” para superar las angustiosas preocupaciones y esta nueva regla fue descubierta por Dale Carnegie tras conversar con su amigo Charles Roberts, un inversionista que le enseñó cómo evitar el impacto de las pérdidas dolorosas.
Tras una mala racha en la Bolsa de Valores, Charles Roberts recurrió al exitoso y afortunado experto Burton S. Castles, quien le hizo comprender la importancia de establecer un “tope de pérdida”.
Por ejemplo, si un inversionista compra una acción a 50 dólares, inmediatamente establecía un “tope de pérdida” en 45 dólares, vale decir que, si la acción o título valor bajaba respecto a lo que había costado, debía venderse automáticamente. Esos 5 dólares señalaban el límite de la pérdida y evitaban que el descalabro económico fuera alto.
«Si sus compromisos están inteligentemente adquiridos, sus beneficios llegarán a un promedio de diez, veinticinco y hasta cincuenta puntos. Por tanto, si limita sus pérdidas a cinco puntos, puede usted equivocarse la mitad de las veces y, sin embargo, hacer mucho dinero”, razonó Burton S. Castles.
Esas sabias recomendaciones le permitieron a Charles Roberts ahorrar millones de dólares en pérdidas y ganar también mucho dinero. Sin embargo, no solo aplicó este principio a las operaciones bursátiles, sino que decidió aplicarla a cualquier problema que surgiera y los resultados fueron extraordinarios.
Haciendo suya la fórmula, Dale Carnegie la aplicó en un amigo con quien almorzaba frecuentemente y le atormentaba con su impuntualidad.
Entonces, Carnegie le dijo a su amigo: “Juan, mi tope de pérdida respecto a tu persona es exactamente diez minutos. Si llegas con un retraso de más de diez minutos, nuestro compromiso de almorzar juntos habrá caducado… y yo me habré ido».
Con esto, disipó todas las preocupaciones ocasionadas por la impuntualidad y dejó en lo sucesivo de impacientarse.
Como se ve, poner “tope de pérdidas” funciona a cualquier situación, pero hay otras aún más complejas que –sin duda- si se las hubiera aplicado oportunamente, el resultado habría sido satisfactorio.
EL INFIERNO DE LEÓN TOLSTOI
León Tostoi, novelista ruso, considerado uno de los escritores más importantes de la literatura mundial, autor de dos de las mejores novelas de la literatura universal (La Guerra y la Paz y Ana Karenina) hubiera evitado mucho dolor en su vida si aplica el “tope de pérdida”.
Durante los últimos veinte años de su vida, probablemente fue el hombre más venerado del mundo. Sus admiradores peregrinaban a su casa solo para verle el rostro y oír su voz, sino que cada palabra suya era recogida como una «divina revelación». Sin embargo, su vida familiar era un “manicomio” como él mismo lo calificaba.
Tolstoi se casó con una muchacha 16 años menor que él, Sofía Behrs, a la que quería mucho y eran tan felices que de rodillas pedían a Dios que les prolongara aquella envidiable existencia.
Pero había un grave problema: Sofía era celosa por naturaleza. Solía disfrazarse de campesina para espiar a su marido y hallarle en infidelidad. Incluso sentía celos de sus propios hijos, una vez tomó un fusil y agujereó de un disparo la fotografía de una de sus hijas (tuvo 13, pero solo ocho llegaron a ser adultos).
Por si fuera poco, llegó a tirarse al suelo con una botella de veneno en los labios, amenazando con suicidarse mientras sus retoños veían con estupor la escena en un rincón de la habitación.
¿Qué hizo Tolstoi? Escribió un diario en el cual echaba la culpa de todas sus desgracias a su esposa con la finalidad de que las generaciones futuras la culparan a ella y le absolvieran a él.
En réplica, Sofía arrancó las páginas del diario, las rompió y en su lugar escribió otro diario donde retrata al célebre Tolstoi como un “demonio doméstico” y a ella como a una mártir.
Pero ¿cuáles eran las razones que movían a esos esposos a sus peores tormentos? “La opinión de la posteridad les preocupaba de sobremanera, pero el precio que pagaron fue muy alto, 50 años de vivir en un verdadero infierno, solo porque ninguno de ellos tuvo el buen juicio de decir: ¡Basta!», comenta Dale Carnegie a tiempo de señalar que la pareja no estableció una “orden de tope” para vivir con plenitud y prefirió sufrir para conseguir la posteridad inmaculada.
EL SILBATO DE BENJAMÍN FRANKLIN
Carnegie comentó en su libro una anécdota sobre Benjamín Franklin, uno de los padres fundadores de Estados Unidos. Cuando tenía siete años cometió un error, se enamoró de un silbato y su entusiasmo fue tal que fue a la juguetería, puso todas sus monedas y pidió el silbato sin preguntar el precio.
«Volví a casa y silbé por todas las habitaciones, encantado con mi silbato», contó Franklin, décadas después, a un amigo en una carta. Le contó que lloró de humillación luego que sus hermanos se rieran a carcajadas al saber que había pagado más del valor real del silbato.
Muchos años después, Franklin recordaba todavía este singular episodio que le apenaba. Sin embargo, dijo que sacó una valiosa enseñanza: «Cuando crecí, entré en el mundo y observé las acciones de los hombres, me dije que había muchos que pagaban demasiado por un silbato. En otros términos, pensé que gran parte de las miserias de la humanidad son provocadas por los falsos cálculos que se hacen sobre el valor de las cosas y por dar demasiado por los silbatos».
Con todo lo narrado, Carnegie llega a las siguientes conclusiones: Todos deberían aplicar en todas sus actividades algunas decisiones para disfrutar de los beneficios de la paz interior.
Considera que las personas pueden acabar con el 50% de todas sus preocupaciones estableciendo un patrón oro al tomar en cuenta el verdadero valor de las cosas en función de sus vidas. Por tanto, para acabar con el hábito de la preocupación aconseja poner “tope de pérdida” respondiendo a las siguientes interrogantes:
1. ¿En qué medida verdaderamente me importa el asunto por el que me estoy preocupando?
2. ¿En qué punto fijaré la orden de «tope de pérdida» para esta preocupación y después olvidaré el asunto?
3. ¿Cuánto exactamente pagaré por esta preocupación? ¿El precio será mi salud, mi felicidad, mis relaciones interpersonales? ¿No he pagado ya por esta preocupación más de lo que vale?
Si Tolstoi y su esposa se habrían hechos estas preguntas, su vida hubiera sido diferente y se hubieran ahorrado muchos tormentos.
Si aplicas esta fórmula a tu negocio y a tu vida, impedirás que las preocupaciones te consuman, reducirás tus pérdidas y tendrás más paz interior.