Por Jonnathan Lucero V. | Activo$ Bolivia – Cochabamba
Mediodía, se abren las puertas, se acomodan las sillas, se colocan barbijos por aquí y por allá, la limpieza a punto y están listos para atender. El miedo los invade, pero saben que su misión principal es atender a su clientela, colocándose guantes de protección, gorras en red y pidiendo que todos tomen distancia. Las entregas se las realiza con distancia, pero enérgicas, seguras, a pesar que por dentro el corazón bombee más de lo debido. Al final, el estómago no piensa y más cuando se trata de una comida tan importante como el almuerzo. Es la reapertura de los restaurantes en Cochabamba.
Los minutos corren. Son las 12.10 y la fila no avanza. Algunos miran el reloj con una expresión de aburrimiento que sería interesante sacar una foto de retrato. Otros, sin preocupación, juegan en su celular esperando su turno; quien está siendo atendido mira a todos lados, como extrañado, pensando que está en un planeta diferente, que ese local no es el que asistía con sus familiares a almorzar o se echaba una «rubias» con sus amigos antes del suculento platito der la tarde. Del otro lado, separados por un muro de plástico, las cocineras y los cocineros apuran las ollas. Se escuchan gritos del exterior. Son los pedidos que llegan como cuenta gotas. Se apuran porque saben que el peligro acecha, que el barbijo no es suficiente, que por más que se impregnen de alcohol no es suficiente, y el tiempo apremia. A la vez, quieren que, con cada bocado, la gente recuerde esos días de risas, música y encuentros. Todo es distinto ahora.
Las filas debieran ser largas y dar la vuelta la esquina, mas, son 4 o 5 personas quienes esperan ser atendidos. En algunos lugares incluso ponen carteles que indican el horario de atención, a puerta cerrada y con reserva anticipada, por ese temor a infectarse, a caer enfermo. Por más deliciosa que sea la comida, un pequeño descuido puede cambiar el destino. Por eso prefieren atender con sumo cuidado, no dejar que la gente se aglomere, que pidan ficha y hora para llegar y así cumplir con todas las medidas que las autoridades exigen. Son las 12.25 y la fila sigue sin moverse, pero por más que se escuchan platillos por aquí y sazonadores por allá, la comida no está lista y la gente se impacienta, quieren llegar a casa antes que el Covid–19 los encuentre primero.
El sol azota con todo su poder sobre los rostros de quienes esperan, hambrientos y lánguidos, ese delicioso plato que se prepara con cariño. No se los puede oler, tampoco tocar, quizá sentir que todo está alcoholizado. No se malentienda, el alcohol es ahora el mejor aliado, porque, si no se desinfecta la bolsa, los utensilios, el plástico, las monedas, el cliente se enferma, y la culpa claro no es de quien compra, siempre es de quien sirve la comida. Suena la caja registradora, las monedas y billetes caen alegres de ocupar su lugar y el sonido del cierre anuncia que el próximo comensal debe aproximarse, sin tocar a nada ni a nadie para hacer su pedido. Todos llevan barbijo, incluso protector facial, por eso se impacientan, porque el calor y la sequedad son malas compañeras, y de paso las quemaduras cutáneas no están a la orden del día.
¿Quiere comer dentro? Un enorme NO en las paredes se vislumbra, especialmente en las fondas y restaurantes populares de la ciudad. Sin embargo, en los locales más modernos y con suficiente espacio para el distanciamiento social las personas pueden disfrutar de su almuerzo o comida preferida, eso sí, nada de besitos ni agarradas de manos por favor, porque inmediatamente el guardia los desaloja del establecimiento.
Los momentos románticos y las pedidas de mano o los juegos infantiles donde los niños y las niñas revolotean, ahora son parte del recuerdo. Nada más se permite degustar la comida sin titubear. Si se desea algo más, es necesario acercarse al mostrador, esperar que el mesero o mesera lo desinfecte de nuevo y hacer su pedido. Es así que a la hora de almorzar no sólo se lleva bocados deliciosos, sino también, como aperitivo, el sabor del alcohol al 70% y el olor a gel antibacterial, que hace a un lado los olores tradicionales del ayer. Son las 13.00 y quienes disfrutan o intentan disfrutar de su almuerzo se retiran, pagan su cuenta con temor a contaminarse y reciben el cambio con un bono extra de alcohol. El resto, quienes comen con modestia, quienes prefieren a la señora de los anticuchos o de quien prepara un sabroso pollo a la leña, ya no puede sentarse a esperar, debe permanecer de pie y contar los minutos para que su turno llegue. Al llegar a casa, bañar la comida con más alcohol es la moda, una moda que no pasa desapercibida. Esa es la realidad de los cochabambinos, quienes aguantan la eterna espera por un plato de comida, quienes deben esperar que el alcohol en gel haga su efecto y así disfrutar de sus momentos culinarios con la mayor bioseguridad posible. Parece de película, pero, para mala suerte de muchos, es la realidad que carcome el alma diariamente, incluso con la reapertura de los restaurantes que, desde el 14 de septiembre, atienden en sus ambientes.