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Pollos Panchita casi inicia su historia vendiendo Churrasco, hace 35 años

Por: Luzgardo Muruá Pará / Activo$ Bolivia – Cochabamba

Su primer cliente fue un niño. Desde aquel entonces, de una u otra forma, miles han disfrutado del pollo crocante cocinado en trocitos, con papas fritas en juliana, arroz blanco, plátanos fritos, llajua criolla, kechup y mostaza al por mayor.

Desde ese 18 de marzo de 1986, cuando ocurrió lo del niño, han discurrido 35 años, historia que tiende a convertirse en leyenda gracias al apasionamiento y esfuerzo de sus creadores, doña Francisca Domínguez Leaño y don Carlos Cahuana Solares, dueños de la marca más populosa de comida rápida en Cochabamba, “Pollos Panchita”.

De hecho, el legado de “Pollos Panchita”, a estas alturas, sobrepasa el aspecto netamente culinario, pues, aparte de ser los autores del chicharrón de pollo, han sido los primeros en vender comida en carritos callejeros, los pioneros en colocar aderezos a la mano y gusto del cliente, usar los gorritos para cubrir el pelo o aplicar la bolsita «para llevar».

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Pero no siempre el destino fue benevolente con ambos. Con decir que antes de comenzar a construir el imperio del chicharrón de pollo debieron sortear tremendas encrucijadas como falta de dinero, robo de sus pertenencias, enfermedad, quiebra de su panadería, discriminación, entre otros avatares. Claro está, viéndolo ahora a través del prisma de los 35 años de la empresa, fueron lecciones invaluables, severas quizás, pero lecciones al fin.

Señalados por el destino
Se conocieron a los veintitantos años, en plano albor de la juventud, en Oruro. El varón llegaba de un centro minero de La Paz, la dama de otro centro minero, pero de Potosí. Caracoles y Quechisla, respectivamente.

Don Carlos siempre quiso ser ingeniero, economista o algo así, pero, por diversos vericuetos de la vida, debió dejar ambas carreras en la Universidad Técnica de Oruro y dedicarse a un sinfín de oficios con tal de no hacer faltar el pan de cada día a su familia, más aún cuando la familia fue creciendo.

Francisca también llegó a Oruro con anhelos de superación. Estudió corte y confección. Pero también debió dejar el oficio para dedicarse a criar a la familia formalizada con Carlos.

Primero nació Marlene, luego Claudia, después Pamela. Ya cuando radicaban en Cochabamba, vendría Carla. 

Entretanto, el padre de familia hizo de carpintero, garzón, vendedor ambulante a cambio de comisión, comerciante independiente, vendió enseres para cocinas y restaurantes, se capacitó en ventas. Probó de todo, hasta que juntó un pequeño capital. Incluso llegó a comprarse una Tv a color.

Doña Francisca recuerda que su esposo salía a vender sin complejos, lo que sea, ya sea con un mandil por delantal, ya sea vestido de ejecutivo. Viajaba bastante, sobre todo a los centros mineros, siempre a vender. Ella se quedaba en casa, haciendo de padre y madre para sus hijas.

Un equipo fenomenal
Don Carlos viene a ser la parte cerebral, la de los números, la administración, el concepto del negocio, el de carácter fuerte en el negocio; doña Francisca, en cambio, la mano de obra creativa, el corazón, los sentimientos, el apasionamiento por la comida, el lado cariñoso y maternal de la empresa.

Dadas las circunstancias económicas, sociales y políticas del país de los años 80, recién salido de la cadena de dictaduras, lo que se ganaba no compensaba el trabajo, por más duro que fuera. Los billetes, sin valor alguno, se esfumaban de un día para otro. De esto don Carlos y Francisca no estaban exentos.

En esas circunstancias y como para colocar el cerezo sobre la torta, unos ladrones les robaron sus pocos enseres que poseían.

—¿Adónde nos vamos, Panchita? —demandó don Carlos casi al borde del sollozo.

—Donde tú quieras —respondió ella, decidida a todo.

Hicieron sus valijas, se ubicaron en la parada de donde parten los camiones hacia el interior del país y allí don Carlos sentenció: si el primer camión en partir va hacia La Paz, nos vamos a La Paz; si sale a Cochabamba, nos vamos a Cochabamba.

Llegaron a Cochabamba en 1983, en uno de esos camiones, con una cómoda, una arroba de arroz, aceite comestible y sus ropas como equipaje.

Para ese entonces, tenían alquilado un depósito de 2×3 metros en la calle López esquina Montes. En esa atapa inicial de sus vidas, ese depósito fue su hogar.

Arranca el emprendimiento
La practicidad de doña Francisca lo lleva en los genes. Como muestra, el pelo lo tiene siempre en melena, por la facilidad para peinarlo. Se mira poco en el espejo, pero siempre es la primera en estar lista para todo. Ella fue siempre así, coinciden sus cuatro hijas. Cuando tocaba emprender la jornada en los días más aciagos de la empresa, amanecía y ya tenía lista la comida, ya había hecho la limpieza, la ropa ya estaba lavada y todo lucía ordenado. 

La empresa del chicharrón de pollo pudo haber sido venta de churrasco con papas fritas, como lo había planteado don Carlos en un principio. Doña Francisca recuerda que el día antes de abrir el pequeño negocio, algo le aguijoneaba en su interior indicándole que lo de los pollos era el camino, no el churrasco. El carrito recientemente construido, pintado de blanco y con el nombre «Blanquita» inscrito en el frontis, aguardaba.

En sus salidas a la calle, por inmediaciones del mercado 25 de Mayo, doña Panchita recuerda que veía un letrero que decía: «Se sirve chicharrón de cerdo». Entonces, vino uno de esos toques extraordinarios que sólo son comparables con la inspiración que aducen los poetas: «Si se puede preparar chicharrón de chancho ¿por qué no de pollo?».

Llegando a casa no sólo lo planteó a su esposo, sino que lo dio por hecho cocinar pollo.

En ese instante, don Carlos salió de casa mascullando frases ininteligibles por tal determinación de su esposa. Ya en el mercado, aún con el ánimo renegado, se dio a la tarea de comparar los precios entre las chuletas y el pollo y calculó los réditos. Su esposa tenía razón.

—Acá están tus pollos —expuso don Carlos los tres que había escogido para iniciar el negocio.

Doña Francisca los tomó, los cortó en trocitos, los aderezó y ese 18 de marzo de 1986, a las 10:00, comenzaba a vender el primer chicharrón de pollo en Cochabamba, en el carrito blanco plantado en plena esquina al final del mercado La Paz. La venta fueron dos pollos y medio. El resto, la cena, recuerdan ambos.

De «Blanquita» a «Panchita»
Desde aquel carrito pulcro pintado de blanco con la leyenda «Blanquita», han ocurrido muchas transformaciones.

Don Carlos, sin conocer mucho de neuromarketing o cosas por el estilo, apelando simplemente a su experiencia de vendedor, desde el inicio definió colores, dibujó isotipos, bosquejó logos y diseñó estrategias para encumbrar el chicharrón de pollo a lo más alto de los negocios.

El primer cambio significativo fue haber hecho fabricar un segundo carrito, porque del primero fue copiado por otros, incluso el color. Éste ya no fue blanco, sino amarillo chillón, con vivos azules y un gran lema inscrito en rojo: «Panchita».

Doña Francisca confiesa que se quería morir al verlo, principalmente por su timidez congénita y porque jamás antes su sobrenombre estaba tan expuesto al público. Para variar, una vecina que vio el nuevo carrito le soltó, sin pelos en la lengua: «esos colores son de indios». Como sea, ella se armó de valor y salió a vender en su carrito colorido. A partir de entonces su crecimiento no ha cesado un solo instante.

Continuo ascenso

  • En 1994 «Pollos Panchita» abrió su sucursal frente del estadio Félix Capriles.
  • En 2000, la sucursal con autoservicio en la Av. Heroínas.
  •  En 2001 marcó su primera participación en la Feria Internacional Feicobol.
  • En 2002 abrió un nuevo local en la zona sur.
  • En 2003 formó parte de la Plaza de comidas IC Norte.
  • En 2004 innovó el rubro gastronómico incorporando el primer Auto Pollo en la Av. América.
  • En 2005 abrió una sucursal en Quillacollo.
  • En 2006 entró a Santa Cruz.
  • En 2008 incursionó en La Paz.
  • En 2009 llegó a Oruro.

Crecimiento constante
Por entonces, doña Francisca y su carrito «Panchita» debieron recorrer de un lado para otro alrededor del ahora popular Centro Comercial Molino El Gallo. No le permitían estacionarse en un solo lugar, todo porque comerciantes inicuas no aceptaban que doña Francisca vendiera su chicharrón de pollo cerca de sus casetas, bajo el argumento inverosímil de que podría provocar un incendio.

Mientras tanto, don Carlos, que nunca dejó de pensar en agrandar el negocio, ubicó un ambiente para alquilar. Así nació el primer snak de chicharrón de pollo en Cochabamba, en la calle Totora, con el sello «Panchita».

Don Carlos freía las papas, doña Francisca cocinaba los pollos, las hijas mayores recogían los platos, limpiaban las mesitas y los comensales disfrutaban.

«Siempre vi a mis padres esforzándose cada día por salir adelante», recuerda Carla, la cuarta hija del matrimonio, nacida en Cochabamba, quien prácticamente creció paralelamente al negocio.

Con todo su esfuerzo, lograron una casa en la zona de la laguna Alalay; luego, construyeron un moderno restaurante propio, en la llamada «Casa Amarilla» en la calle Totora, a solo metros de donde había comenzado toda la historia del carrito. Ahí nació el primer ambiente con todos los rigores de restaurante, en 240 metros cuadrados y 12 metros de frente. Una fila de asiduos clientes que formaron unas dos cuadras, como citados para un casting, marcó su inauguración.

MENSAJE DE DOÑA PANCHITA
El trabajo, la profesión o habilidades no se deben dejar al azar, no se debe culpar a nadie de los desaciertos, sino que debemos ser responsables con nuestras acciones y trabajar para desarrollar, potenciar y rectificar nuestro ser.

Este mensaje resume mi vida y la vida de mi empresa, puesto que para mí es como un ser con vida, al cual debo cuidar y proteger, ya que éste hace lo mismo conmigo. En el transcurso de la vida de ambas, la mía y la de mi Panchita, vivimos momentos de mucha tristeza, de aprendizaje, de errores, de enseñanza y de perdón, de amistad, de convivencia, de lealtad, pero también de deslealtad.

Sin embargo, todo ello contribuyó al desarrollo y crecimiento de lo que hoy es Panchita. Ello fortaleció mi ser para apoyar a las empresas que al igual que yo han tenido que pasar por necesidades, humillación, rechazo y deslealtad, para contribuir en alguna medida con esta hermosa tierra que me abrió sus puertas y para responder al gran amor de mis clientes, quienes con sus consejos, críticas, felicitaciones y constancia, aportaron.

Cada reconocimiento que Panchita como empresa recibió, le pertenece en primer lugar a todos mis trabajadores, puesto que sin ellos y su duro trabajo hoy no se podrían leer estas páginas. También le pertenecen a cada cochabambino que día a día fue y es parte de la empresa.