
Redacción | Activo$ Bolivia
Cuando se anunció la suspensión de Bolivia de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), muchos titulares sonaron como si el país hubiera perdido un pilar económico clave. Pero, siendo francos, el golpe es más simbólico que real. En términos prácticos, la salida de este bloque apenas mueve la aguja de la economía nacional.
La ALBA nació en 2004 con un fuerte componente ideológico y más político que comercial, impulsado por Hugo Chávez y Fidel Castro como alternativa al libre mercado. En teoría, buscaba la integración solidaria de los países miembros; en la práctica, nunca logró consolidarse como un bloque económico efectivo. Sus intercambios comerciales fueron siempre limitados y su principal atractivo, la cooperación energética venezolana, se diluyó hace años, cuando Venezuela dejó de tener capacidad para sostener ese tipo de acuerdos.
Para Bolivia, la membresía en la ALBA tuvo más valor discursivo que tangible. El comercio con los países del bloque (Cuba, Nicaragua, Venezuela, entre otros) representa una fracción mínima de las exportaciones totales. Por ejemplo, mientras el intercambio con Brasil o Argentina se mide en miles de millones de dólares al año, el comercio con los socios de la ALBA no alcanza ni el 1% del total. En otras palabras, la suspensión no afecta ni a las empresas exportadoras, ni al empleo, ni a la balanza comercial.
Sin embargo, este movimiento sí puede tener un efecto positivo a mediano plazo. En un contexto donde Bolivia necesita con urgencia atraer divisas, recuperar la confianza de los mercados y negociar nuevos acuerdos de inversión, despegarse de un bloque percibido como ideológicamente cerrado puede ser una señal interesante hacia el exterior. El país podría ganar margen político para acercarse a organismos multilaterales (como la CAF, el BID o incluso el FMI) sin cargar con la etiqueta de “alineado” a un bloque antioccidental.
Además, abrir el tablero diplomático permitiría a Bolivia fortalecer relaciones con socios de mayor peso económico, como la Unión Europea o Estados Unidos, y reinsertarse con mayor pragmatismo en los mecanismos comerciales del continente. Incluso acuerdos más técnicos, como tratados de doble tributación o de inversión recíproca, podrían fluir con más facilidad en un clima de menor confrontación ideológica.
Entonces, la suspensión de Bolivia de la ALBA es una noticia política con escasa relevancia económica inmediata. Pero también puede leerse como una oportunidad: la posibilidad de redefinir la política exterior económica del país con un enfoque más abierto, menos dogmático y más enfocado en resultados concretos. En tiempos de escasez de dólares y necesidad de inversión, cualquier gesto que mejore la percepción de estabilidad y cooperación es, sin duda, una buena noticia.