Gustavo Villarroel T. | Activo$ Bolivia
Aprendió a ganar y tener dinero desde niño para ayudar a su madre, cuando ella trabajaba como empleada doméstica. Creció, se hizo adolescente, comenzó a ganar más y se descarrió, llevado por los amigos, bebiendo de boliche en boliche, como todo un rey de las cantinas.
Esta es la historia de Alfredo Solares, conocido hoy en Facebook y TikTok como un hombre humilde y generoso, completamente creyente, que ayuda a la gente necesitada en las calles de las ciudades de Bolivia.
El 2024 fue un gran año para Alfredo. Además de la satisfacción de mantener más de 60 puestos de empleo en tres empresas, sus acciones de filantropía fueron reconocidas con una inmensa cantidad de seguidores, miles de likes y comentarios, siendo galardonado oficialmente como uno de los influencers más destacados de Bolivia.
Pero su juventud fue diferente. Bebía tanto que no sólo hizo sufrir a su madre en aquellos años, sino que fue también enfermó y estuvo a punto de morir.
Esta es la historia de este buen samaritano, contada a Activos Bolivia en su colchonería ubicada en la zona sur de Santa Cruz, ciudad de su residencia.
De Sucre a Santa Cruz
“A mi papá recién lo conocí a los 18 años. Mi mamá se llamaba Basilia, era empleada doméstica, se vino de Sucre a buscar días mejores en Santa Cruz. Tengo 43 años y mi madre falleció hace 14 años. Ella padecía de Chagas y puede ser que falleció por culpa de Alfredo Solares”. Así comienza a relatar su historia.
Hasta hace unos 14 años, Alfredo llevaba una mala vida, bebiendo con sus amigos. La gente a la que debía dinero iba a su casa a cobrarle y era su madre la que sacaba cara por su único hijo.
“Me duele mucho lo que hice; pero yo siempre digo que todo tiene un propósito en la vida. Hace poco fui a un velorio y le decía a un amigo: si no hubiera fallecido mi mamá, yo no hubiera cambiado”, confiesa.
Niño emprendedor
“De niño me gustaba trabajar, siempre me gustó estar en todos los lugares. Vendía periódicos, después vendía empanadas por la calle, en el estadio. También llegué a ser boletero de la línea 55”, recuerda.
Cuando tenía ocho años ya le gustaba ganar y ahorrar dinero. Pero aconseja a los jóvenes tener cuidado porque, si bien es bueno tener dinero, puede corromper a las personas y hacerles creer que ya no es necesario estudiar.
Todo lo que ganaba en esos días se lo daba a su mamá para ayudar a pagar el alquiler del cuarto. Ella no quería que su hijo trabajara de cobrador en los micros porque quería que estudiara; pero al muchacho le gustaba andar por las calles.
“Estudié hasta primero intermedio y ahí lo dejé. Ya tenía 16 años y en esos tiempos se podía sacar licencia de conducir chuta. A esa edad comencé a manejar micro en la línea 55. Y de ahí comencé ya a tomar”, cuenta.
Bebía por influencia de los amigos mayores que tenía en el rubro de los micros. “Ese Alfredo Solares era vicioso, era borracho, alcohólico, gastaba la plata”, dice de sí mismo.
No tenía mujer ni hijos que mantener. No tenía obligaciones, no tenía la visión de estudiar. Lo más importante para él era trabajar, hacer negocios y ganar dinero. En esos tiempos, un micrero ganaba bien. Alfredo era feliz, le gustaba su vida y soñaba con tener un micro propio.
Sueño hecho realidad
“Estuve de chofer desde los 16 hasta los 21 años. Me compré un micro a crédito para la línea 55. Trabajaba todo el día y a las 8 de la noche iba a beber con los amigos. Llegaba a las dos o tres de la madrugada, me echaba a dormir, me levantaba a las 6 para ir a trabajar de nuevo”, relata.
En ese entonces todavía vivía con su mamá en el cuartito alquilado que ayudaba a pagar; pero estaba viviendo la vida loca, como dice la canción de Ricky Martin, sin darse cuenta de que en poco tiempo lo perdería todo “por borracho irresponsable”.
De repente, comenzó a faltar dinero para pagar al Banco, puesto que su herramienta de trabajo se arruinaba. Además, él no tenía límites y daba el micro a un chofer y se dedicaba a la parranda.
Un día, de pronto se le vino todo encima porque se dañó el motor del micro y tuvo que dejarlo en el mecánico. No tenía cómo generar ingresos. Lo más fácil fue dejar el vehículo como prenda para pagar dos letras al Banco. Así lo hizo, le sobró un poco de dinero y se fue a beber. Al otro mes nuevamente quedó sin dinero, esta vez sin su micro, que estaba en manos de un prestamista.
“Fueron a preguntar a la línea si yo estaba trabajando y les dijeron que no, que hace un mes no trabajaba. Entonces el Banco comenzó a buscar a mi garante y él fue donde mi madre para decirle que su hijo no estaba pagando la deuda. ¿Y qué hice yo? Me escapé”, recuerda.
Alfredo fue a buscar a la que hoy es su esposa, quien en ese entonces trabajaba como empleada doméstica. Ella no tenía mucho dinero, pero le pagó un alojamiento durante 15 días. Además, le llevaba desayuno, almuerzo y cena.
Pese a vivir en esas condiciones, seguía enfrascado en la bebida. Todas las noches salía con sus amigos y vivía como si fuera millonario. Entonces tuvo que aceptar lo que le pasaba y es lo que predica ahora. Cuenta que ya había perdido todo y que las deudas lo estaban ahogando, también estaba haciendo daño a su madre y a su pareja. Tuvo que aceptar que estaba arruinado.
Volver a levantarse
“En ese entonces, tenía 24 años de edad. Hablé con mi madre, le dije que íbamos a pagar los 18 mil dólares que debía. No tenía micro, no tenía nada, estaba en la ruina. Solamente tenía la cama y el ropero de mi madre. Le dije: voy a trabajar de nuevo de chofer, ya no de dueño”, rememora.
Al día siguiente de su retorno a casa, aparecieron los prestamistas, uno de ellos con un bate en la mano. Se armó de valor para hablar con ellos, les dijo que tenían el derecho de golpearlo; pero si hicieran eso ¿quién les pagaría?
Les pidió una oportunidad, les aseguró que iba a trabajar de chofer y pagaría todos los fines de semana. Lo mismo hizo con los otros prestamistas y empezó a trabajar con mayor empeño.
Lo que ganaba entre lunes y viernes le entregaba a su pareja con la idea de que genere intereses y ayude a pagar la deuda. Pero lo que ganaba los sábados, que era un día de buenos ingresos, los gastaba en bebidas con sus amigos.
Cada domingo, llegaba ebrio a las 6 de la mañana y se echaba a descansar, no sin antes darle 100 bolivianos a su pareja para que fuera a comer con su hijo.
“Esa era mi vida, ése era Alfredo que pensaba que estaba bien. Había cambiado, sí; pero pagaba solamente intereses de mi deuda, no capital. Estuve así casi tres años, solamente vivía para esa gente”, agrega.
A sus 29 años sintió el llamado de Dios, que le dio una oportunidad. En la línea de micros le apodaban el recaudador, ya que recaudaba para beber con varios choferes, compraban fardos de cerveza y a tomar. Pero un día cambió su vida.
“Era un sábado cuando hubo un cambio del control de la línea. Pusieron a otro control y él no me conocía, yo nunca hacía nocturno, yo era el más mimado, con todos me llevaba bien. Cuando lo cambiaron, el control me dijo que yo no había hecho nocturno toda la semana, por tanto, este sábado tenía que hacerlo”, recuerda.
Su última salida del micro fue a las 10:30 de la noche. Llegó a las 11:30 a la parada y todos sus amigos estaban borrachos, tomando en un bar. Le llamaron para que fuera a compartir con ellos, pero él se fue a casa.
Volvieron a llamarlo a las 2:00 de la madrugada, pero ya estaba dormido. Esa noche tuvo un sueño, donde escuchaba una voz que le decía que vaya a una iglesia, que siga a Cristo.
Era un domingo primero de mayo cuando Alfredo despertó con la decisión de ir a una iglesia. Su esposa ya asistía, desde un tiempo atrás, a la Asamblea de Dios y le animó a ir a un templo que había cerca.
Se alistaron y salieron a la calle. “Dios hizo que apareciera el micro de un amigo que me dijo: Alfredo te llevo. Estoy yendo para la iglesia”. Lo que no sabía es que iba en dirección contraria y llegaron a otra iglesia diferente a la que habían pensado.
El encuentro divino
“Cuando entramos a la iglesia, escuché una canción que me encanta, que dice: quiero ser un hombre nuevo, renuévame. Y yo siempre le dije a Dios que yo quería ser un hombre nuevo. Ahí nació el nuevo Alfredo, ese día domingo primero de mayo, a mis 29 años. Ya estoy 14 años en la vida de Cristo, tengo 43 años y fue ahí donde Dios me habló”, afirma con un suspiro.
Pese a ser feriado por el Día del Trabajador, no fue a beber con sus amigos ni a la fiesta que había en la línea. Desde ese día, hasta ahora, ya no bebe una gota de alcohol. Su mamá falleció dos meses antes del nacimiento del nuevo Alfredo, un 11 de marzo.
“Yo por eso les digo a todos que mi mamá se fue porque yo tenía que cambiar. Cuando murió mi mamá, para mí se cayó el mundo entero. No tenía a nadie más, solamente a mi esposa. No tengo hermanos, no tenía nada, ni conocía a los familiares de mi mamá”, cuenta.
Le duele el hecho de que su mamá se fue sin conocer al nuevo Alfredo; sin embargo, a veces piensa que él hubiera muerto antes, porque hace 10 años le diagnosticaron cirrosis y el doctor le dio seis meses de vida.
“¿Entonces, ¿qué le dije a Dios? Yo hice un pacto con él. Le dije que, si él me daba la oportunidad de darme la vida, yo iba a ayudarle a todita su gente, que le iba a dar el 50% de mi vida para trabajar con él”, reflexiona.
Pasaron los seis meses y seguía con vida, tomaba los medicamentos que le recetaron; pero se sentía muy mal y no se podía mover. Poco a poco, el dolor fue cediendo y tiempo después se hizo un análisis completo.
Al ver los resultados, el médico quedó sorprendido y no podía creer que Alfredo estaba curado. Su hígado estaba muy dañado y de pronto estaba mejor. “Para mí, es la nueva oportunidad que me ha dado Dios”, afirma con total fe.
Un nuevo hombre
Probó diferentes formas de hacer dinero. Fue taxista y después vendió colchones por las calles para una pequeña fábrica, cuyo dueño se hizo una gran casa con ese negocio.
Ahora él tiene una fábrica de colchones y es socio de una empresa constructora junto a un arquitecto de Cochabamba. También abrió una escuela de fútbol para niños.
Después de pagar sólo intereses durante casi cuatro años, comenzó a devolver el capital y, poco a poco, se fue librando por completo de las deudas
Ahora, Alfredo Solares trabaja para ayudar a los más necesitados y agradece a Dios que le esté ayudando en la venta de colchones y en sus otros emprendimientos porque así logra ayudar a más personas que lo necesitan.
“Pido a Dios que me ilumine para abrir otras empresas. De las tres empresas que tengo, damos el 10% de las ganancias, son 30% que estamos dando (en donativos) y quiero abrir otras empresas, si Dios lo permite, para seguir ayudando. Entonces, si pudiera tener 20 empresas, imagínense donar el 10% de las ganancias de esas 20 empresas. Pero sólo Dios sabe cuándo vamos a seguir creciendo”.