
Redacción | Activo$ Bolivia
Hablar de trabajo en Bolivia es, casi siempre, hablar de informalidad. Y no es una exageración. Nuestro país lleva años encabezando los rankings regionales y mundiales de empleo informal, una situación que se agravó tras la pandemia y hoy se profundiza con una economía en recesión y una inflación que aprieta cada vez más.
El economista Fernando Romero explica que Bolivia no tiene un problema de desempleo, sino de empleo precario, informal y de baja calidad. Y los datos confirman esta afirmación.
Según el último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre el Panorama Laboral de América Latina y el Caribe, Bolivia ocupa el primer lugar en informalidad laboral. Al primer semestre de 2025, el 82,3% de los trabajadores bolivianos está en la informalidad. Para tener una referencia, Uruguay (que está en el otro extremo) registra solo un 22,3%.
Los jóvenes son los más vulnerables del sistema
Si el panorama general ya es preocupante, la situación de los jóvenes es directamente alarmante. Datos de la OIT muestran que en 2024 la tasa de empleo informal en Bolivia fue del 96,2% entre jóvenes de 15 a 24 años. Es decir, casi todos.
Mientras tanto, hombres y mujeres adultos también enfrentan altos niveles de informalidad (81,9% y 86,1%, respectivamente), pero son los jóvenes quienes cargan con el mayor peso de la crisis. Para muchos de ellos, el salario mínimo no es un derecho, es un privilegio ocasional.
Y aquí aparece una paradoja. Bolivia tiene una de las tasas más bajas de desocupación juvenil de la región, con apenas 5,1%, frente a un promedio regional del 12,5%. ¿Eso es una buena noticia? No necesariamente. Lo que pasa es que los jóvenes sí trabajan, pero lo hacen en condiciones informales, inestables y sin protección social.
Un problema estructural, no pasajero
A diferencia de otros países, la informalidad en Bolivia no es coyuntural, es estructural, dice Romero. Más del 80% de la fuerza laboral vive del autoempleo, el subempleo o actividades de subsistencia. Sin seguro de salud, sin aportes para la jubilación y sin estabilidad.
Comparado con la región, la brecha es enorme. En América Latina, la informalidad laboral ronda el 47% tanto en hombres como en mujeres. Bolivia duplica esas cifras. Y por edad, los jóvenes siguen siendo los más rezagados en el acceso a empleo formal, incluso a nivel regional.
¿Qué se puede hacer?
Romero plantea una idea sencilla, pero poderosa, hacer que la formalidad sea más barata, más fácil y más útil que la informalidad, empezando por los jóvenes y las microempresas.
Si un empleo formal ofrece ingresos estables, acceso a salud, crédito y oportunidades reales de crecimiento, la informalidad puede reducirse de manera gradual y sostenible, incluso en contextos de crisis.
Pero para que eso funcione, Romero dice que la formalización debe dejar de ser sinónimo de trámites interminables, costos altos y burocracia. Mientras ser formal sea complicado y caro, millones de jóvenes seguirán atrapados en trabajos precarios solo para llevar comida a casa.
Una tarea de Estado y de todos
Reducir la informalidad y mejorar las condiciones laborales no es solo un tema económico, debe ser una política de Estado. Romero señala que requiere coordinación entre el gobierno, los gobiernos subnacionales y el sector privado.
Porque detrás de cada cifra hay jóvenes que trabajan duro, pero sin futuro claro. Y mientras no se cambien las reglas del juego, la informalidad seguirá siendo la única opción para toda una generación.