Gustavo Villarroel Terrazas | Activo$ Bolivia
En Estados Unidos, un magnate del sector inmobiliario llegó a la Casa Blanca, no una sino dos veces. Y no solo eso, Donald Trump gobierna un país que, aunque ama el dinero, también desconfía de los ricos. Actualmente, junto a Elon Musk —el hombre más acaudalado del planeta— intenta escribir otro capítulo en la historia económica estadounidense.
Pero, ¿qué pasaría si algo parecido ocurriera en Bolivia? Un país donde decir que uno tiene plata no siempre cae bien. Donde la pobreza ha sido convertida casi en virtud. Donde la desconfianza hacia los empresarios es tan grande como los mitos que se tejen en los cafés sobre ellos.
El millonario Samuel Doria Medina, uno de los empresarios más reconocidos del país, vuelve a la escena política. Una vez más. Y aunque ya ha probado más de un trago amargo en las urnas, insiste. Porque es bien sabido que, para ser empresario en Bolivia, hay que saber caerse, levantarse y seguir.
Esta entrevista está motivada por la filosofía de Activo$ Bolivia de destacar el talento empresarial boliviano.
Del cemento a las urnas
Quizás no todos lo recuerden, pero hace tiempo contó que, cuando era niño estuvo a punto de morir por el feroz ataque de un perro; en 1995 fue secuestrado; diez años después sobrevivió con heridas menores a la caída del avión en el que viajaba; y hace pocos años le diagnosticaron cáncer.
Le dijeron que no iba a poder y, sin embargo, aquí está. Después de construir un imperio empresarial que incluye desde cementeras hasta hamburguesas (tiene la franquicia de Burger King en Bolivia desde hace 25 años), ahora vuelve a postularse con una idea clara: el país necesita un cambio, y él cree tener el know-how para hacerlo.
No es una idea loca. Muchos se preguntan si un empresario exitoso podría ser un buen presidente. Y no faltan ejemplos. Al fin y al cabo, dirigir una empresa implica tomar decisiones, gestionar crisis, mantener empleos y generar recursos. Algo que no suena muy diferente a gobernar un país.
Pero claro, no es lo mismo. El gran problema, como dice Samuel, es la percepción. Porque en Bolivia, ser rico es sospechoso. Y querer ser presidente siendo empresario, ni se diga.
¿Por qué se siente apto?
En el país hay nombres que suenan con fuerza cuando se habla de empresarios que podrían dar el salto a la política. Pero por ahora, es Samuel quien está en carrera. Y tiene una historia que contar.
Su padre, sin terminar el colegio, llegó a ser gerente nacional de finanzas en una gran empresa. Fue su ejemplo. Samuel estudió, se preparó, y a sus 28 años asumió la presidencia de SOBOCE, una cementera que estaba literalmente al borde del colapso. No había dinero, las deudas eran millonarias y los trabajadores temían perderlo todo.
¿Y qué hizo? Se arremangó, reunió a un equipo de profesionales bolivianos jóvenes y trabajó. Durante 25 años transformó esa empresa en una de las más sólidas del país. Cuando empezó, valía un millón de dólares. Cuando se fue, valía 600 millones.
¿Es lo mismo gestionar un país y gestionar una empresa? No del todo. Pero algunas cosas sí. Samuel lo dice sin rodeos: “Cuando veo los problemas del país, me siento seguro de poder resolverlos”. Suena ambicioso, pero tiene un punto. Si logró pagar las deudas imposibles de SOBOCE, ¿por qué no intentar lo mismo con Bolivia?
La crisis económica actual no es poca cosa. El dólar escasea, los precios suben y muchos recuerdan con miedo la hiperinflación de los años 80. En ese entonces, Víctor Paz Estenssoro lanzó su famosa frase: “Bolivia se nos muere”. Ahora, Samuel piensa que es posible revivirla, pero con un nuevo modelo económico.
Capitalismo con rostro humano
“No se trata solo de ganar plata”, dice. Su propuesta se enfoca en los emprendedores, en la creatividad, en los jóvenes. Dice que por todo el país hay semillas de emprendimiento que necesitan apoyo. Y cree que él puede dar ese empujón.
Después de vender SOBOCE, Samuel invirtió en Los Tajibos, en edificios como Green Tower en La Paz y Santa Cruz, y, claro, en Burger King. Sigue moviendo fichas; pero asegura que su enfoque ahora está más en crear las condiciones para que otros puedan crecer. Porque, según él, no se trata solo de hacer empresa, sino de generar oportunidades para muchos.
¿Tiene chance esta vez?
Eso lo dirán las urnas el próximo 17 de agosto. Pero si algo ha demostrado este empresario es que la derrota no lo detiene. “Toda la experiencia que tengo me da la preparación para resolver los problemas del país”, afirma.
Puede que su discurso no enamore a todos. Puede que algunos lo sigan viendo como “el rico que quiere gobernar”. Pero también es cierto que hay quienes, frente a la crisis, prefieren apostar por alguien que sabe lo que es pagar sueldos, enfrentar deudas, planificar inversiones y sobrevivir a las tormentas.
Samuel, el empresario que se niega a rendirse, vuelve al ruedo. ¿Será que esta vez lo logra?