
Redacción | Activo$ Bolivia
En un país donde los precios suben más rápido que la levadura en horno caliente, hay quienes apuestan por una solución creativa y sabrosa: aprender a cocinar mejor. Y no, no hablamos de chefs gourmet ni de platillos imposibles de pronunciar. Hablamos de los “Talleres para la Vida”, una propuesta de cocina saludable, comunitaria y sabrosamente boliviana que viene creciendo con fuerza en La Paz.
Organizados por el colectivo cultural gastronómico Sabor Clandestino, estos talleres nacieron en unidades educativas de El Alto y ahora conquistan la ciudad sede de gobierno bajo la coordinación del cocinero y gestor cultural Marco Quelca. La idea: ofrecer a la gente herramientas reales para alimentarse mejor, sin tener que vaciar la billetera ni renunciar al sabor.
“Queremos cambiar esa idea de que, si no hay carne, no alimenta”, dice Marco, cuchara en mano. “Se puede comer bien, con nutrientes y sabor, usando lo que tenemos cerca: quinua, tarwi, verduras de temporada y todo aquello que también es comida poderosa”.

El boom de la olla colectiva
La respuesta fue tan rápida que sorprendió a todos. En una sola noche se agotaron los cupos para dos meses de talleres. Y al día siguiente, la bandeja de entrada explotó: más de 200 personas querían sumarse.
El perfil de los participantes es tan diverso como los ingredientes de una buena sopa andina: jóvenes, mamás, papás, trabajadores. Todos con ganas de aprender y compartir. Y aunque la inscripción es gratuita, se pide una colaboración voluntaria de 15 bolivianos por clase, solo para cubrir los insumos.
Las clases se realizan cada lunes en el espacio de Sabor Clandestino, en modalidad presencial —porque la cocina, dicen ellos, se enseña mejor oliendo, tocando y probando—. Pero hay esperanza para quienes están en otras ciudades: ya se piensa en una versión virtual, porque los caseritos del interior también quieren meter cuchara.
Mucho más que aprender a cocinar
Más allá de las recetas, lo que se cocina aquí es comunidad. En cada encuentro hay intercambio cultural, conversación, memoria alimentaria y un recordatorio de que la cocina también puede ser resistencia y cuidado mutuo.
En tiempos difíciles, los “Talleres para la Vida” demuestran que comer bien no es un lujo, sino un acto cotidiano de dignidad. Y que a veces, todo empieza con una olla común y un puñado de ingredientes del lugar.