Sandra Arias Lazcano | Activo$ Bolivia

El ají en vaina es uno de los productos icónicos de Chuquisaca y su calidad y sabor son ampliamente reconocidos por quienes saben de cocina tradicional. Sin embargo y pese a su potencial, los cultivos merman de forma sostenida año tras año y por dos razones: falta de asistencia técnica y falta de productores.

Margarita Serrano, gerente general de ASOVITA, y Roger Salazar, representante de la Asociación de Productores de Ají y Maní de Padilla (APAJIMPA), comparten su preocupación ante la situación de este cultivo.

“Estamos muy preocupados por la escasa producción. En 2022 tuvimos bastante requerimiento de las empresas transformadoras y el producto acopiado no abastecía”, cuenta Salazar.

Explica que la producción comenzó a decaer desde 2017, sobre todo en el municipio de Padilla, debido a la sequía. Solo se salvan las comunidades que cuentan con riego.

Según los datos de APAJIMPA, entre 2017 y 2018 la caída fue del 15% y la merma fue creciendo. Se estima que para 2023 la producción cayó en 50%, incluso se tiene registros de que en febrero de este año la asociación se vio sin producto.

La sequía y las plagas son algunas de las amenazas para los cultivos de ají en Chuquisaca.

Este panorama hace imposible poder cumplir contratos con las empresas transformadoras. Adicionalmente, al no haber un volumen de producción suficiente, el precio se dispara y no se puede renegociar precios con las empresas porque el incremento llega a ser muy alto. Mucho menos se puede pensar en exportar.

Sin certificaciones

Serrano afirma que hace falta asistencia técnica, tanto para producir más y mejor como para exportar.

“Cada año surge una nueva plaga, sin importar si hubo sequía o inundación. No tenemos semilla certificada, vemos quién tiene la mejor semilla y la repartimos; pero no tenemos acceso a semilla garantizada”.

Tampoco pueden exportar porque se requiere certificación como producto ecológico, la calidad debe ser la misma y se necesita maquinaria para trabajar de manera más industrial.

Recientemente, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) y la Cancillería comenzaron a brindar apoyo a los productores para impulsar la producción ecológica.

Serrano comenta que les ayudan a elaborar fichas técnicas, catálogos y gestionan la participación en ruedas de negocios; pero no pueden exportar porque carecen de las certificaciones exigidas.

Los jóvenes no se interesan

Mirando hacia atrás, Salazar dice que el decaimiento de la producción comenzó ya en 2016 por falta de mercado y por la migración. El ají de Perú, ingresado de contrabando, comenzó a originar pérdidas y muchos productores optaron por dedicarse a cultivos más rentables. Además, los agricultores jóvenes migraron a Chile, Argentina e Italia y abandonaron el cultivo.

La pandemia empeoró el panorama. El producto no se podía acopiar ni trasladar debido a las restricciones de circulación, llegó a venderse de noche y a escondidas.

La planta procesadora de APAJIMPA tuvo fuertes pérdidas y fue un periodo determinante para la caída de la producción y el comercio.

“Ahora chocamos con el problema de que hay pocos productores. En Padilla no hay productores certificados que cumplan con las normas sanitarias y los que están certificados no logran abastecer ni el 50% del requerimiento”, dice Salazar.

La edad promedio de los actuales productores certificados es de 65 años, los más jóvenes tienen 50 años.

“Ya están viejitos y no hay gente joven que se interese en capacitarse y ofrecer el producto que demanda el mercado”, añade.

Tampoco ven voluntad de las instituciones para trabajar. Salazar pone como ejemplo que las alcaldías invitan a los productores para hacer el Plan Operativo Anual (POA), pero solo se destina un mínimo porcentaje del presupuesto a desarrollo productivo.

Para producir y exportar requieren cantidad y calidad, afirma, condiciones que no pueden cumplirse en la situación actual de los cultivos.