Sandra Arias Lazcano | Activo$ Bolivia
Las llantas quemadas y las piedras van retirándose del asfalto. Los caminos empiezan a despejarse y el libre tránsito vuelve, en teoría. Pero en la práctica, lo que vuelve lento, muy lento, es la recuperación económica. El daño está hecho y, para muchos emprendedores bolivianos, es irreversible.
La crisis no se mide solo en millones perdidos o en cifras del Producto Interno Bruto (PIB). Se mide también en negocios que cierran, trabajadores que se van a casa sin salario, ollas vacías y sueños truncados. El sector gastronómico, uno de los más afectados, ofrece una radiografía clara de una economía que se desangra sin atención médica.
Del éxito al cierre en tiempo récord
En Cochabamba, la broastería Mamá Chicken era sinónimo de sabor, emprendimiento joven y modelo de negocio en crecimiento. Pero hoy es símbolo de impotencia.
En un video que se viralizó en redes sociales, su fundadora muestra una escena devastadora: refrigeradores vacíos, ollas limpias (no por higiene, sino por falta de uso) y una moderna planta de producción completamente vacía. “No tengo insumos. No hay productos. No puedo producir. No hay cómo pagar sueldos”, resume con la voz entrecortada.
Y aunque los bloqueos ya se levantaron, los proveedores no han podido normalizar las entregas. Lo que debería costar 10, hoy cuesta 20 o 30, si es que llega. La incertidumbre paraliza. Y cuando no puedes garantizar el almuerzo del día siguiente, no hay plan de negocios que te salve. Su propietaria tiene la esperanza de poder levantarse de nuevo.
El adiós de La Vaca Loca
En Sucre, hay otra historia que parte el alma. La churrasquería La Vaca Loca, atendida por una pareja de adultos mayores, también ha cerrado sus puertas hasta nuevo aviso. Con esfuerzo y cariño, resistieron todo lo que pudieron, pero el desabastecimiento los venció.
“Tratamos de remar contra la corriente. Pero los precios subieron demasiado, la verdura nos costaba 35 bolivianos y ahora cuesta 60; el aceite costaba 55 y ahora cuesta 125 bolivianos; pero no hay”, cuenta su hija en un video de TikTok.
No se trata solo de comida. Se trata de una vida invertida en un proyecto, de la ilusión de seguir siendo útiles, de dar trabajo a otras personas. Se trata de dignidad. Y cuando todo eso se pierde por decisiones políticas que no tienen en cuenta al ciudadano común, el costo es incalculable.
La juventud emprendedora también se apaga
En un país donde emprender ya es un acto de valentía, cerrar después de apenas un año en el mercado es un golpe devastador. Sharkys Smash Burgers, una propuesta innovadora y fresca, tuvo que bajar la cortina.
“Nos iba bien. La gente respondía. Había buena vibra. Pero la situación del país nos obligó a cerrar”, dice uno de los fundadores. “No voy a llorar”, dice en un video compartido en redes sociales”; pero en su voz se percibe una mezcla de frustración y resignación. Invirtieron tiempo, dinero y corazón. Pero eso no alcanza cuando el contexto es adverso, cuando los insumos no llegan, cuando el precio del gas, del dólar o del aceite cambia de un día para otro sin explicación.
¿Y ahora qué?
La crisis boliviana no es nueva, pero se agrava. La combinación de escasez de dólares, desabastecimiento de combustibles, conflictos políticos y bloqueos sistemáticos ha generado un clima tóxico para la inversión, el trabajo y la producción.
Detrás de cada negocio cerrado hay una cadena: proveedores que no venden, empleados sin salario, familias sin ingresos, clientes sin opciones. El tejido económico informal, que representa la columna vertebral de miles de hogares bolivianos, se está rasgando.
Los bloqueos promovidos por Evo Morales y su intento de reposicionarse políticamente como candidato presidencial han detonado una bomba silenciosa en el bolsillo del ciudadano común. Los empresarios formales y los emprendedores emergentes pagan los platos rotos de una lucha de poder que se hace entre el trópico de Cochabamba y el despacho presidencial en La Paz, pero cuyas consecuencias se sienten en las calles.
Los sueños también se cierran
Cuando un negocio cierra no es solo una decisión económica. Es un duelo. Es despedirse de un proyecto, de un esfuerzo colectivo, de una esperanza. Los refrigeradores vacíos son más que electrodomésticos apagados: son el reflejo de una nación que, mientras intenta volver a circular por sus caminos, no ha logrado sanar las heridas que se abrieron durante semanas de parálisis.
La crisis no se levanta con una orden. Se reconstruye con tiempo, políticas claras y, sobre todo, estabilidad. Pero por ahora, en muchas cocinas de Bolivia, lo único que hierve es la desesperanza y la bronca.