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miércoles, julio 30, 2025
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Mientras Bolivia discute el carbonato de litio, el mundo pasó a usar sal

Redacción | Activo$ Bolivia

Durante años nos contaron que el litio era nuestro oro blanco. Que íbamos a ser “la Arabia Saudita del litio” y que el Salar de Uyuni, ese mar blanco que todos admiramos desde la ventanilla del avión o en los documentales de Netflix, era la clave para el desarrollo de Bolivia.

Pero mientras aquí seguimos atrapados entre discursos políticos, falta de inversión y proyectos que no despegan, el mundo ya está encontrando otras formas de moverse sin depender del litio. Y eso no es una exageración.

El riesgo más grande no es que nos roben el litio, sino que ya no lo quieran cuando finalmente logremos sacarlo.

¿Qué pasa afuera mientras Bolivia espera?

China avanza con baterías de sodio. La empresa china CATL, líder mundial en baterías, anunció en 2023 la producción masiva de baterías de sodio, más baratas que las de litio, con tiempos de carga más rápidos y rendimiento suficiente para movilidad urbana y almacenamiento estacionario.
Europa apuesta al reciclaje. La Unión Europea está invirtiendo miles de millones de euros en el reciclaje de baterías para reducir su dependencia del litio y otros materiales críticos. Empresas como Northvolt en Suecia ya reciclan celdas de baterías para obtener litio, níquel y cobalto reutilizables.
Japón y Corea del Sur se enfocan en baterías de estado sólido. En 2023, Toyota presentó su primer prototipo de batería sólida con 1.200 km de autonomía y tiempos de carga de solo 10 minutos, prometiendo lanzarla al mercado antes de 2027.
Entonces, mientras afuera se va configurando el «mundo post-litio», en Bolivia se sigue discutiendo quién se va a sentar en la mesa de negociaciones sin tener ni una planta industrial que funcione a escala comercial.

Entre el sueño y el estancamiento

Bolivia tiene una de las mayores reservas de litio del mundo con 21 millones de toneladas estimadas, según la US Geological Survey 2024, pero eso no basta. Tener un recurso sin tecnología, inversión, logística ni mercado es como tener una mina de oro sin pala.

El modelo boliviano sigue siendo 100% estatal. Aunque, en 2023, el gobierno firmó acuerdos con CATL (China) y Uranium One Group (Rusia) para instalar plantas de extracción directa de litio (EDL), aún no hay resultados visibles ni producción a escala.
Además, el litio boliviano está en salmueras con alta concentración de magnesio, lo que hace más costoso su procesamiento.
Y eso sin contar los impactos sociales y ambientales, como lo denunciaron, hace un par de años, comunidades de Potosí que piden consulta previa sobre los proyectos y revelan falta de transparencia.


¿Tenemos alternativas?

El país tiene alternativas, pero debe encararlas con los pies en la tierra. Ya en 2022, expertos aconsejaron diversificar el uso del litio porque no todo es batería. El litio se usa también en la industria farmacéutica, vidrio, cerámica y grasas lubricantes. En vez de solo exportar carbonato, Bolivia podría desarrollar productos con mayor valor agregado.
También puede invertir en reciclaje y tecnología propia. Empresas como Li-Cycle (Canadá) y Redwood Materials (EE.UU.) ya reciclan baterías a escala. Bolivia podría sumarse a ese proceso en lugar de insistir solo en la extracción.
Otra opción es explorar nuevos horizontes energéticos. Chile ya tiene su primera planta piloto de hidrógeno verde y se proyecta como proveedor regional Bolivia, con su potencial solar en el altiplano, también podría entrar al juego.
El litio no es un milagro, es una carrera y Bolivia va atrás. No por falta de recursos, sino por falta de estrategia. El mundo no va a esperar a que Bolivia decida qué hacer. Ya hay demasiadas opciones en marcha. El litio puede seguir siendo una oportunidad, pero si el país no reacciona pronto, pasará de ser una ventaja a convertirse en un recuerdo de lo que pudo ser.

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